Los parroquianos están disparatados,
dicen, porque empieza un año nuevo.
El zinc de la barra, sigue, sin embargo
igual de pegajoso que en diciembre;
la Lavazza tampoco recuerda a qué sabe
un buen café recién hecho,
y en mi mesa, sentada al frente, la soledad
prosigue impertérrita (y ahí seguirá cuando
yo muera).
El periódico, es cierto, estrena un formato
nuevo, para adaptarse, justifican,
a estos nuevos vientos tan modernos
(pero sigue siendo de papel, como siempre).
Solamente yo me siento diferente.
Las canas comienzan a saludarme en el espejo
alegres por su presencia y yo por verlas a ellas,
como una señal de que empieza algo nuevo,
como una certeza de que nos queda menos tiempo.