Polvo de estrellas.

Vuela en tu respiración la misma partícula
anterior al tiempo, que llenó el vacío
la misma luz de las estrellas incandescentes
viajera silenciosa entre galaxias
a través del gélido vacío extremo que las separa.

Laten en tu pulso átomos vibrantes
surgidos de la nada hace miles de millones de años
que llegaron a tu sangre dormidos en eones de gas
en infinidad de vínculos aleatorios, en cosas inertes...
nubes de tiempo deshaciéndose en la eternidad.

Entre astros gigantes y agujeros negros
restos de colisiones girando en un baile de contrastes
y en un punto tan perdido como cualquier otro
la singularidad.

Con el oro de los núcleos de las súper novas
se forjaron la vida, el infinito, la consciencia
y la palabra.

Acaso son ellas la única forma
que tiene la inmensidad de conocerse
mantener un soliloquio
asombrarse de ser, de la improbabilidad.
Acaso somos su vértigo y por eso
nos devuelve el olvido, el miedo
esa nostalgia de no entender
y el silencio.

Pero quizás somos también su ilusión
su esperanza frente al caos sin testigo
y nos refleja desde algún distante sol
la compasión, la bondad y la alegría,
entre todas las locuras impensables,
el amor.

Jorge Díaz de Losada

Tu sonrisa y la noche

Las noches impregnadas de jazmín 
se derraman acaloradas sobre los muros blancos.
Los cabellos adornados de florecillas
se contonean entre las sombras y las farolas
abrazadas a las esquinas.
¿De dónde vienes? ¿Por qué te pierdes 
por laberintos  de taconeo
sobre el empedrado de las noches largas?
Tus pasos abren las calles de azul y cal 
entre azucaques misteriosos de piedra y sueño, naranjo y pozo
que esconden la complicidad de tus manos y el frescor
de tus ojos grandes.
Y tu sonrisa me canta
sobre el aleteo de los abanicos

Que vaya, que vaya
hasta la Mezquita por la calleja;

Que venga, que venga
de la judería por la luna vieja;

Que vuelva, que baile
que cada vez es nueva.

Me canta que vaya, que venga, que vuelva
que la noche es larga
pero ella me lleva.

Jorge Díaz de Losada

Con los zapatos mojados

Mis zapatos van y vienen
moteados por la lluvia que se anuncia.
Asoma uno, pisa, desaparece 
se alternan decididos en un baile
al ritmo de una música que habla 
de otros lugares que no recuerdo
otros momentos por los que nunca pisaron.

Sin paraguas miro hacia arriba con la frente arrugada
en esa hora azul de viento ligero
en que pasan las guaguas 
con el sueño de la gente en las ventanas.

La calle me lleva. Un cruce me para.
Cae un pensamiento como una hoja en el suelo
y desaparece con el ruido de un coche que se aleja
otro florece sobre edificios y luces como una cortina de agua.

Los zapatos me guían. Cruzo. 
Deambulo forastero sin fronteras
en un musical en blanco y negro
y un recuerdo que no esperaba me entretiene
pero no me pierdo.

Me trae de vuelta una cara que pasa sin mirarme
aislada en otra música distinta
el chapoteo de los pasos y el olor de las cosas 
que empiezan a mojarse.

Cambia la luz varias aceras más tarde
un trozo de cielo se asoma 
a la calle sobre los laureles de oscuro brillante.

Llueve otra vez cuando nos encontramos 
en aquel beso sobre el que soñar que cantaba Louis Armstrong
y que seguimos bailando por el camino de vuelta
buscando el amanecer
con los zapatos mojados.

Jorge Díaz de Losada López.


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