Erg Chebbi

En un lugar lejano y separado del mundo
se abre un espacio huido de frio y fuego
donde se extienden las largas huellas del viento
en ojos rasgados de oro viejo, cerrados en un filo perfecto de claro y oscuro.
Ojos que sueñan imágenes distorsionadas y evanescentes
que reaparecen más allá de los tiempos que no pueden contarse en vidas,
como un ancestro nómada que transita mágica y eternamente
bajo el turbante ceñido por el cielo, azotado por la arena.

Ya ardan de silencio sus días limpios cuando se acuestan las llamas
sobre las dunas peinadas,
ya murmulle el frío sus noches estrelladas y se acurruque la helada
entre los dedos de arena que amasan montañas,
él recita los cuentos de los Amazigh en un lenguaje antiguo de cantos y bailes.
Los ritmos de sus tambores y de sus pies secos como la pipa del dátil
se hunden y retumban bajo la arena hasta el silencio;
alrededor del fuego se apagan sus versos en el aire,
se borran sus pasos sobre los mares pausados…
Pero su espejismo vaga por siempre inadvertido,
susurrando entre los senos de las dunas,
se mece entre las sombras de las palmas,
flota sobre las aguas imaginarias escondiendo sus pasos,
se abriga de los vientos en la piel del dromedario,
se extiende entre la luz y el polvo por los horizontes secos
abriendo caminos nuevos (tal vez los nuestros), sabiendo
que algunos de ellos jamás serán transitados.

Jorge Díaz de Losada.

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